Margaritas


No fue la hermosa mañana que se asomaba por su ventana o el sonido de los pájaros revoloteando lo que la despertó.

- ¡Francesca!¡Francesca, llegarás tarde!

- ¡subito! - contestó la adolescente con la almohada pegada a la cara.

- Bien entonces le diré a Pietro que se vaya.

La mujer conocía a su hija. Luisa se enorgulleció al ver de pie en el umbral de la puerta a su única niñita ya lista para ir a la escuela.

- Estoy lista, ¿dónde está Pietro?

- Llegará después, ahora desayuna conmigo y sé una buena hija.

- ¿Eh? Mamá, me mentiste.

A la vieja mujer no se le escapaba nada, pescó a su hija antes de que esta fuese camino a la cama nuevamente, "Francesca tienes 17 años, ¿cómo puedes seguir así de irresponsable?" regañó. "Al menos tiene a Pietro" se dijo como consuelo.

- Mamá, olvídalo...- No hacía falta decir nada, pues la cara de la Francesca hablaba por si sola. - ¡Me voy, ciao!

Francesca se fue con las advertencias de Luisa y con un beso en la mejilla lleno de amor maternal, sabía que esa sonrisa era la sonrisa de una joven que no prometía nada, en cuanto a ser sensato se refería. Así era Francesca, muchas veces era una persona totalmente madura, pero en un instante tenía la mentalidad de una niña de siete años, lo que la divertía más.

- Es nueva, ¿eh, Pietro? - le dijo Francesca divertida admirando la reluciente joya de su amigo.

- ¡Claro! Amo las motos casi tanto como a mi madre.

Francesca le sonrió con cariño. En el fondo sabía que, si Pietro tuviera que elegir por su cosa favorita en el mundo elegiría las motos, antes que nada, era un italiano apasionado por las motos.

- Muy bien, lo tengo claro, ahora apúrate y vamos a la escuela antes de que la maestra nos castigue.

- ¡Imposible! La maestra me ama. Vamos a dar una vuelta, si llegamos cinco minutos tarde no abra diferencia.

Pietro daba por sentado que la maestra no retaría a su alumno favorito y mejores notas. Ante la confianza del rubio, no había dudas, por lo que su mejor amiga se montó en la moto y se puso su casco, dispuesta a dar un pequeño paseo por Nápoles hasta la pizzería de su amigo Enrico.

- Ustedes deberían estar en clase. - les dijo Enrico con voz fuerte.

El hombre que los conocía desde que eran unos bebés y los quería como si fueran sus propios hijos, no se limitó en darles un sermón a lo que éstos se miraron afirmando lo antes dicho, haciendo que al italiano se le inflara el pecho de orgullo.

-Pietro, Enrico tiene razón. Vámonos llevamos diez minutos de retraso...-Pietro miro a la chica que no aguantó mucho más y soltó una carcajada que fue seguida por las risotadas del chico.

- Me rindo.

- Está bien, nos iremos. - Pietro levantó ambas manos a modo de rendición. - Pero, antes la pizza.

- ¡Eh, Pietro...! Tienes que pagarme eso. - con enojo fingido el hombre volvió a su trabajo recordando aquellos tiempos en que también era como ellos.

Para la sorpresa de los mejores amigos, quien los esperaba no era la maestra de siempre. El hombre los miraba con fastidio bien disimulado, "Lo conozco" pensaba Pietro, pero no quiso molestarse con esa idea pues sabía que se metería en las patas de los caballos.

- ¡Ah! Miren que tenemos aquí. Pasen.

- Hola, soy Pietro Benedetti.

El chico miro al hombre con cierta desconfianza, pero nunca dejando de lado su agradable sonrisa, esperaba una reacción de su maestro, algo que le confirmara las dudas respecto a su relación con él. "Me habré equivocado" pensaba luego de que el estrechón de manos no significara mucho para ambos.

- Buenos días, Francesca Natoli.

Manteniendo la sonrisa que antes le dio a la chica, el adulto comenzó a hablar:

- Bien, veo que son alumnos muy agradables y supongo que no se negaran a ayudarme después de clase.

Los adolescentes negaron con la cabeza y Fernando los hizo pasar a sus asientos. La pelinegra que antes de separarse de su amigo le murmuró "Gracias Pietro" divertida a pesar de haber recibido un castigo.

- Como la mayoría sabe, me llamo Fernando y seré su maestro durante todo el año. Vamos a llevarnos bien.

El rubio comenzaba a sentirse incomodo, aunque por fuera parecía impasible. Fue Francesca que notó como el chico estaba más callado y menos alegre. Trató muchas veces de animarlo, durante el transcurso de la jornada en vano. Pietro

- Pietro, ¡supéralo! - La paciencia de la adolescente estaba por agotarse. - Me voy contigo o sin ti.

Saliendo de la última clase se encontraba Fernando hablando con una profesora, Cesca no lo notó, pero éste que había ido en busca de sus ayudantes se apresuró a terminar la conversación presente, dispuesto a los chicos no se escaparan.

- Me alegra ver que mis alumnos tienen tan buena voluntad, pero muy mala memoria.

La voz ya se le había hecho familiar a la pelinegra por lo que se volteó con culpa encima, "Cierto, estoy castigada". El castaño le sonreía a su alumna, al ver la cara de ella trató de tranquilizarla diciéndole que no le iba a dar un trabajo tan pesado por ser su primer día de clases.

Por órdenes de su profesor, Francesca esperaba en la sala de maestros, eso porque Pietro pidió hablar a solas con Fernando respecto al castigo. "Dudo que pueda sacarnos el castigo" pensaba, otras veces había resultado, sin embargo, su maestro no parecía ser de los que cedían a una treta como las que daba Pietro.

- ¿Es tu celular? - dijo Fernando entrando a la sala sacando a Francesca de sus pensamientos.

Pietro: << Lo siento, no pude hacer nada por ti. La próxima vez te invitó a comer. Ciao. >>

Fernando vio de reojo a su alumna y le revolvió el cabello para distraerla, ya que parecía molesta. "Trabajemos" dijo mientras tomaba un montón de papeles de su escritorio y los puso en la mesa en la que estaba ella. Eran unos controles para ver el nivel en el que estaban los otros cursos, le entregó una pauta de corrección a Cesca y se sentó frente a ella.

- No tardaremos. - agregó Fernando. - ¿Te molesta la música?

La pelinegra negó con la cabeza sin mayor expresión en el rostro. La música estaba a un volumen tan bajo que solamente ellos podían escuchar, los demás profesores estaban compartiendo, bebiendo café y trabajando, aunque todos estaban haciendo lo mismo, a Francesca le pareció que todos ellos tenían su propio mundo y que el castaño con su música la había hecho parte de su mundo.

- ...Nella mente, negli occhi, nel cuore...- "Está cantando"- ...Ci sei tu, infinito amore, ci sei tu, ci sei tu, adesso solo tu...

Francesca se aguantaba la risa, sin embargo, Fernando que había visto a la chica reírse, siguió cantando un poco más alto llamando la atención de las personas en la sala, unos comenzaron a reírse mientras que los más románticos cantaban junto con el castaño.

Terminada la canción se escucharon aplausos alrededor de ellos, el bullicio se volvía a convertir en algo más silencioso, pero con un ambiente mucho más relajado y agradable que hasta hace unos minutos, haciendo del castigo algo mucho más ameno para la adolescente.

- Es usted extraño. - confesó Francesca sin mirar al adulto y con algo de color en sus mejillas por la imprudencia que le dijo a su maestro.

Éste, sin embargo, le sonrió. - Pues, tú también eres algo especial.

Levantó la mirada y se encontró con los ojos del adulto, "Son verdes, son muy lindos" la mirada de la chica recorrió el rostro del hombre y cada vez parecía más encantada, por otro lado, Fernando cayó en cuenta de lo que hacía y apartó la mirada hacía la ventana. La había mirado, su cabello negro y largo, sus ojos celestes y sus labios rosados, lo que le dio un color rojo vivo en las orejas.

- Gracias por tu ayuda, puedes irte. - Francesca de pronto se sintió avergonzada y sin decir mucho más tomo sus cosas dispuesta a irse. - Ten, como agradecimiento.

- Gracias.

Su maestro le tendió una flor sencilla, pero hermosa, una margarita. El corazón le dio un vuelco al adulto cuando ella le dio una sonrisa, demostrándole la belleza escondida que había dentro de ella con un brillo inconmensurable.


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