Un pequeño acercamiento

Ya era sábado cerca de las 7 de la tarde y Francesca había finalizado su tarea con ayuda de su hermano. Pese a no tener la vocación de profesor, le gustaba poder ayudar a su hermana.

- ¿No tenías planes para hoy?

- No tenía ganas de salir.

Giacomo caminó por la habitación y se apoyó en la ventana, y ella se colocó a su lado para contemplar la noche, pero como era costumbre ambos llevaron su mirada al otro lado de la calle. Allí estaba Ágata y Fernando en la entrada de su casa.

- Te gusta. - dijo burlona la pelinegra.

- Sí. - ante tal acto de honestidad y sin pretensiones, la chica se sonrojó. - Es guapa e inteligente, su sentido del humor es algo que me gusta mucho también.

- Ya entendí, lástima que sale con otro. - muy a su pesar, era cierto, su hermano estaba encaprichado con una fantasía.

- Quizás no.

Discutían. Fernando parecía insistir en llevar la discusión dentro de la casa, para no armar escándalos, pero era tarde, la pelirroja se marchaba caminando en dirección a la parada del autobús, mientras que Giacomo no quiso esperar e hizo de esa discusión su oportunidad para acercarse a ella. Ya sabía lo que intentaría.

- Te va a decir que no, prácticamente eres un extraño.

Francesca lo seguía de cerca, pero el chico no hizo caso y con una sonrisa dejó la casa para ir tras la chica. La adolescente que observaba sin entusiasmo, eso hasta que sintió que la miraban.

Fernando al otro lado, le hizo la saludó con la mano, pero el momento no duró mucho y él entró en casa, ella hizo igual. Estaba molesta por razones que desconocía, que su hermano se fuera tras ella o el saludo de su profesor, tosco y sin gracia.

"Mi celular", en su habitación su celular tenía una llamada entrante de Pietro que no alcanzó a atender, "Tampoco estoy de humor", se dijo mientras se dejaba caer en su cama con las manos sobre la cabeza.


Tras la discusión que tuvo con Agatha se dio por vencido. No esperaba que las cosas resultaran de esa manera y mucho menos que se lo tomara tan mal, trató de evitar el tema las veces que le parecía que podrían dar espacio a esa conversación incomoda, pero se habría conseguido más tiempo para pensarlo a solas si su novia no fuera tan directa.

Intentó escuchar el silencio, pero sintió que era lo contrario. Sus sentidos parecían que e agudizaban y podía escuchar más, los pasos de un perro, susurros en alguno de los balcones y unos acordes en una guitarra, al principio era bastante tímido el sonido, pero se fue haciendo cada vez más audible, incluso los susurros se detuvieron.

- Es una canción conocida.

- No me acuerdo como se llama.

El castaño se asomó por el balcón y vio a la guitarrista, era Francesca. No logró reconocer la canción por él mismo, pero sus vecinas parecían estar cerca de descubrirlo.

- Toca tan bien... - se paró cuando a mitad de frase Francesca tocó un par de notas mal. - Quizás le falta un poco de práctica.

Los tres espectadores rieron, pero no por eso dejaron de escuchar a la pelinegra, se equivocaba pocas veces y parecía que de verdad lo intentaba, pues la recordaba como en sus clases cuando no lograba entender algo y parecía estar muy enojada.

- No tienes que agobiarte tanto. - pensó en voz alta, se avergonzó pues había olvidado que sus vecinas también miraban.

- Es muy linda, incluso si parece enfadada. - las chicas tenían una sonrisa en la cara. - Ya me dio hambre, entremos.

- Buona notte.

 

- Mamma, saldré a comer una pizza. Le escribí a Giacomo para que me recoja.

- ¿Segura? - los niveles de preocupación de Luisa no eran altos, sin embargo, para su tranquilidad ella tomó una decisión. - Te acompaño a la entrada.

Ambas salieron de casa, Fernando que seguía en el balcón notó la presencia de ambas y les preguntó si iban de salida a alguna parte, le llamaba la atención que cerca de las ocho noches fueran a salir y pensó que por último las podía acompañar.

- Sí, a la pizzería de un amigo, son las mejores pizzas después de las que hace mi mamma. - Luisa se mostró orgullosa de las palabras de su hija.

- Puedo acompañarlas si no les molesta, me vendría bien una pizza.

Madre e hija se miraron con una sonrisa, a lo que Fernando tomó con una afirmación. Demoró cerca de dos minutos en estar listo con una chaqueta en la mano, cruzó la calle y las saludó.

- ¿Vamos?

- Yo me quedó, solamente me acompañaba a mi hija hasta la entrada.

El adulto se sintió avergonzado, puede que la mujer le diera una sonrisa cálida y amable, pero tenía la sensación de que no era del todo correcto ir a solas con su alumna. "Quizás confía mucho en mí." Se dijo, pero eso no lo tranquilizó por completo.

- Su hermano la recogerá luego, así que no demoren. - agregó con cierta severidad que lo hizo sentir un adolescente de nuevo.

- No se preocupe, cuidaré bien de ella.

Quiso retomar su lugar en el mundo de los adultos inspirando confianza a la madre de la chica, sin embargo, sólo logró que ella se burlara sutilmente de él sin entender muy bien de qué.

- ¿Lista?

- Bien. - la sonrisa que le dio en esta ocasión hizo que se sonrojara de manera grata, pues no parecía que ella desconfiara de él, todo lo contrario. - Vamos. 



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